En los suelos mas antiguos de Las Islas Canarias, que conocemos como macizos antiguos, aparecen barrancos espectaculares, como es el caso del Barranco Hondo y el de Berriel en el Macizo de Amurga. Desembocan en el sur de la isla de Gran Canaria tras recorrer la seca meseta, y encajados en profundos desfiladeros de unos 300 metros de profundidad albergan un microclima que propicia una exuberante vegetación de bosques termófilos y una rica avifauna que aprovecha la numerosas cavidades de la roca. Es este unos de los escenarios en los que se refugian con frecuencia los protagonistas.
"(...) –Quiero tener un hijo tuyo –le dijo de
repente y sin más explicaciones a Gumidafe, que parecía atragantarse por
momentos. El pastor guerrero la miraba con desazón al comprender que el grado de
locura de aquella mujer resultaba inquietante.
–¿Un.., un hijo? –preguntó titubeando
Gumidafe e intentando quitarle importancia a la propuesta, mientras intentaba
deshacer a mordiscos el trozo de carne seca con cierto nerviosismo.
–Bueno, en realidad serán dos –aclaró
Andamana, recordando la predicción de la pitonisa y observando como el
extrañado Gumidafe, miraba el techo de la cueva, sin apenas poder tragar.
Andamana se daba cuenta que tenía que
convencer a aquel hombre, que ya se había tendido sobre la estera, y, sin
atreverse a mirarlo, le fue confesando todos sus secretos y ambiciones, en las
que le tenía reservado un importante papel. Mientras miraba aquel paisaje,
Andamana recorrió la historia de su vida, entre gotas de lágrimas y de rencor. Sin
embargo, casi al final de su largo relato, le llamó la atención un ruido se iba
haciendo cada vez más intenso hasta que descubrió aquellos desatentos ronquidos
de Gumidafe, que yacía dormido, esparramado en el suelo sin ningún tipo de
pudor y con una leve sonrisa. Cuando Andamana giró su cuerpo hacia él, observó
aquella sonrisa del desconsiderado personaje que se hallaba perdido en un
profundo y confortable sueño, constatando que todo su sentido alegato había
sido estéril.
Inesperadamente, los ojos de la loca parecían
explotar de rabia y, como si hubiese tomado un extraño veneno, su cuerpo se
enrojeció por el fuego del orgullo y sus dientes parecían querer destrozarse
entre sí. De improviso se abalanzó sobre la víctima dormida, pretendiendo
estrangularla. El desconcertado Gumidafe luchaba por quitársela de encima
confesándole lo que pensaba de ella. (...)"